Para responder a semejante cuestión –en dos palabras, ¿no es cierto?– se te reclama saber renunciar al saber. Y saber hacerlo bien, sin olvidarlo jamás: desmoviliza la cultura pero no olvides nunca en tu docta ignorancia eso que sacrificas en la ruta, al atravesar la ruta.

¿Quién se atreve a pedirme eso? Aunque no lo parezca, pues su ley es desaparecer, la respuesta se ve dictada. Yo soy un dictado, pronuncia la poesía, apréndeme par coeur [de memoria], vuelve a copiar, vela y vigílame, mírame, dictado, ante los ojos: banda de sonido, wake, estela de luz, fotografía de la fiesta de luto.

Se ve dictada la respuesta, esto es, ha de ser poética. Y por eso se supone dirigida a alguien, singularmente a ti pero como al ser perdido en el anonimato, entre ciudad y naturaleza, un secreto compartido, a la vez público y privado, absolutamente lo uno y lo otro, absuelto por dentro y por fuera, ni lo uno ni lo otro, animal arrojado a la ruta, absoluto, solitario, hecho un ovillo a un lado de sí mismo. Y justamente por eso mismo puede hacerse aplastar, el erizo, istrice.

Y si, dado el caso, respondes de otro modo, habida cuenta del espacio y del tiempo que te son dados con esta demanda (de hecho, tú hablas italiano), por ella misma, según esta economía pero también en la inminencia de alguna travesía fuera de casa, que conlleva arriesgarse con una lengua ajena y en vista de una traducción imposible o rechazada, necesaria pero deseada como una muerte, ¿qué tendrá que ver todo esto, pues, esto mismo donde ya te pones a delirar, con la poesía? Más bien con lo poético, porque tú intentas hablar de una experiencia, otra palabra para viaje, que aquí es el recorrido aleatorio de un trayecto, la estrofa que se da vuelta pero nunca reconduce al discurso, ni a sí misma, o cuando menos, nunca se reduce a la poesía –escrita, hablada, ni siquiera cantada.

He aquí pues, de inmediato, en dos palabras, para no olvidar:

1. La economía de la memoria: un poema debe ser breve, por vocación elíptica, cualquiera que sea la extensión objetiva o aparente. Docto inconsciente de la Verdichtung y de la retirada.

2 El corazón. No el corazón en medio de las frases que circulan sin riesgo por los enlaces de las  autopistas y que allí se pueden traducir a todas las lenguas. No se trata simplemente del corazón de los archivos cardiográficos, el objeto de los saberes o de las técnicas, de las filosofías y de los discursos bio–ético–jurídicos. Quizá tampoco el corazón de las Escrituras o de Pascal, ni siquiera, lo que no es tan seguro, aquél que Heidegger tanto estima en ellos. No, una historia de «corazón» [de coeur] poéticamente envuelta en la expresión «apprendre par coeur» [aprender de memoria] de mi lengua o de otra, la inglesa (to learn by heart), o aun la árabe (hafiza a’n zahri kalb) –un solo trayecto con múltiples vías.

Dos en uno: el segundo axioma se enrolla en el primero. Lo poético, digámoslo, sería eso que deseas aprender, pero de lo otro, gracias a lo otro y bajo su dictado, con el corazón [par coeur, de memoria]: imparare a memoria. ¿Acaso no es eso ya, el poema, cuando se da una prenda, la llegada de un acontecimiento, en el instante en que la travesía del camino llamada traducción es tan improbable como un accidente y sin embargo intensamente soñada, requerida allí donde eso que ella promete siempre deja algo que desear? Un reconocimiento va hacia eso mismo e informa  aquí el conocimiento: tu bendición antes del saber.

Fábula que podrías contar como el don del poema, es una historia emblemática: alguien te escribe, a ti, de ti, sobre ti. No, una marca dirigida a ti, dejada, confiada, viene acompañada por  una conminación, en verdad se instituye en ese orden mismo que, a su vez, te constituye, asignando tu origen o dándote lugar; destrúyeme, o más bien, vuelve invisible mi soporte al afuera, en el mundo (he aquí ya el rasgo de todas las disociaciones, la historia de las trascendencias), haz de tal modo que la procedencia de la marca quede de ahí en más inhallable o irreconocible. Promételo: que se desfigure, transfigure o indetermine en su porte [port, que en francés también quiere decir “puerto”] y escucharás bajo esta palabra la ribera o borde de la partida tanto como el referente hacia el cual una traducción se aplica [se porte]. Come, bebe, avala mi letra, pórtala, transpórtala contigo, como la ley de una escritura que se ha convertido en tu cuerpo: la escritura en sí. La astucia de la conminación en principio puede dejarse inspirar por la simple posibilidad de la muerte, por el peligro que implica un vehículo para todo ser finito. Oyes venir la catástrofe. Y entonces, impreso asimismo el rasgo, venido del corazón, el deseo de lo mortal despierta en ti el movimiento (contradictorio, me sigues bien, doble obligación, coacción aporética) de proteger del olvido eso que al mismo tiempo se expone a la muerte y se protege –en una palabra, la dirección [adresse], la retirada del erizo, como un animal hecho un ovillo en la autopista. Uno querría tomarlo entre las manos, aprenderlo y comprenderlo, guardarlo para uno mismo, próximo a uno mismo.

Te gusta –conservar esto en su forma singular, se diría que en la irremplazable literalidad del vocablo si habláramos de la poesía y no solamente de lo poético en general. Pero nuestro poema no se siente a gusto en los nombres, ni siquiera en las palabras. Está ante todo arrojado a las rutas y a los campos, cosa más allá de las lenguas, incluso si le ocurre acordarse de aquello a lo que se asemeja, hecho un ovillo próximo uno mismo, más amenazado que nunca en su refugio: cree defenderse entonces, y se pierde.

Literalmente: quisieras retener par coeur [de memoria] una forma absolutamente única, un acontecimiento cuya intangible singularidad ya no separe la idealidad, el sentido ideal, como se dice, del cuerpo de la letra. En el deseo de esta inseparación absoluta, en el absoluto no–absoluto, respiras el origen de lo poético. De ahí la resistencia infinita a transferir la letra que el animal, en su nombre, no obstante reclama. Ese es el desamparo [détresse] del erizo. ¿Qué quiere el desamparo [détresse], el stress mismo? Stricto sensu poner en guardia. De ahí la profecía: tradúceme, vigila, consérvame un poco más, sálvate, salgamos de la autopista.

Así pues surge en ti el sueño de aprender par coeur [aprender de memoria]. De dejarte atravesar el corazón por el dictado. De un plumazo; y esto es lo imposible, la experiencia poemática. No conocías todavía el corazón, así lo aprendes. Con esta experiencia y con esta expresión. Llamo poema a eso mismo que aprende el corazón, eso que inventa el corazón, en fin eso que la palabra de corazón [mot de coeur] parece querer decir y que en mi lengua yo discierno mal de la palabra corazón. Corazón en el poema «apprendre par coeur» (que hay que aprender par coeur [de mmoria]) ya no nombra solamente la pura interioridad, la espontaneidad independiente, la libertad de conmoverse activamente al reproducir la huella amada. A la memoria del «par coeur» [de memoria] se le presta tanta confianza como a una plegaria, de seguro, a cierta exterioridad del autómata, a las leyes de la mnemotécnica, a esta liturgia que imita superficialmente la mecánica, al automóvil que sorprende tu pasión y viene sobre ti como de afuera: auswendig, «par coeur» en alemán. Así pues: el corazón te late, nacimiento del ritmo, más allá de las oposiciones, del adentro y del afuera, de la representación consciente y del archivo abandonado. Un corazón allí abajo, entre los senderos o las autopistas, fuera de tu presencia, humilde, cerca de la tierra, bien abajo. Reitera murmurando: no repitas nunca... En una sola clave, el poema (el aprender par coeur [de memoria]) sella conjuntamente el sentido y la letra, como un ritmo que espacia el tiempo.

Para responder en dos palabras, elipsis, por ejemplo, o eleccióncorazón o erizo, te habría sido preciso desmantelar la memoria, desarmar la cultura, saber olvidar el saber, incendiar la biblioteca de las poéticas. La unicidad del poema depende de esta condición. Has de celebrar, debes conmemorar la amnesia, el salvajismo, o sea, la estupidez del «par coeur» [de memoria]: el erizo. Él se ciega. Hecho un ovillo, erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado (porque se hace un ovillo, al sentir el peligro, en la autopista, se expone al accidente). No hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente. Llamarás poema a un encantamiento silencioso, la herida áfona que deseo aprender de ti  par coeur [de memoria]. Así tiene lugar, esencialmente, sin que uno lo tenga que hacer: se deja hacer, sin actividad, sin trabajo, en el pathos más sobrio, extranjero a toda producción, sobre todo a la creación. El poema cae en suerte, bendición, venida de lo otro. Ritmo, pero disimetría. No hay nunca más que poema, antes que cualquier poiesis. Cuando, en lugar de «poesía», hemos dicho «poético», deberíamos haber precisado: «poemática». Sobre todo no dejes que el erizo vuelva al circo o al adiestramiento de la poiesis: nada que hacer (poiein), ni «poesía pura», ni retórica pura, ni reine Sprache, ni «puesta–en–obra–de–la–verdad». Tan sólo una contaminación, ésa, y esa encrucijada, este accidente. Esta vuelta, la inversión de esta catástrofe. El don del poema no cita nada, no tiene título alguno, ya no histrioniza, sobreviene de improviso, corta el aliento, interrumpe la poesía discursiva, y sobre todo literaria. En las cenizas mismas de esta genealogía. No el fénix, no el águila, el erizo, muy abajo, bien abajo, cerca de la tierra. Ni sublime, ni incorpóreo, angélico quizás, y por un tiempo.

Llamarás poema de ahora en más a cierta pasión de la marca singular, la firma que repite su dispersión, cada vez más allá del logos, ahumana, apenas doméstica, no reapropiable en la familia del sujeto: un animal convertido, hecho un ovillo, vuelto hacia lo otro y hacia sí, una cosa en suma, y modesta, discreta, cerca de la tierra, la humildad que tú apellidas [surnommes], transportándote así en el nombre más allá del nombre, un erizo catacrésico, todo flechas afuera, cuando este ciego sin edad oye pero no ve venir la muerte.

El poema puede hacerse un ovillo pero es para volver otra vez sus signos agudos hacia afuera. Puede por cierto reflejar la lengua o decir la poesía pero no se refiere nunca a sí mismo, no se aparta de sí mismo como esos ingenios portadores de muerte. Su acontecimiento siempre interrumpe o desvía el saber absoluto, el ser próximo a uno mismo en la autotelia [telos]. Este «demonio del corazón» nunca se arma, más bien se extravía (delirio o manía), se expone a la suerte, preferiría dejarse despedazar por aquello que le viene encima.

Sin sujeto: quizá haya poema y quien se deje, pero de eso yo no escribo nunca. Yo no firmo nunca un poema. El otro firma. El yo está solamente cuando sobreviene ese deseo: aprender par coeur [de memoria]. Tendido para resumirse por sí mismo, o sea, sin apoyo exterior, sin substancia, sin sujeto, absoluto de la escritura en sí, el «par coeur» [de memoria] se deja elegir [élire] más allá del cuerpo, del sexo, de la boca y de los ojos, borra los bordes, se escapa de las manos, apenas lo puedes oír, pero nos enseña el corazón [apprend le coeur]. Filiación, prenda de elección confiada en herencia, puede adherirse a cualquier palabra, a la cosa, viviente o no, al nombre de erizo por ejemplo, entre vida y muerte, a la caída de la noche o al alba, apocalipsis distraído, limpio y común, público y secreto.

–Pero el poema del que hablas, te equivocas, nunca ha sido nombrado así, ni tan arbitrariamente.

–Acabas de decirlo. Lo que cabía demostrar. Recuerda la pregunta : «¿Qué es... ?» (ti esti, was ist..., istoria, episteme, philosophia). «¿Qué es... ?» llora la desaparición del poema –otra catástrofe. Al anunciar lo que es tal como es, una pregunta saluda el nacimiento de la prosa.

 

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Publicado en Poesia, I, 11, noviembre de 1988, y más tarde en Po&sie, otoño de 1989, precidida de la siguiente observación:

 «La revista italiana Poesia, donde apareció este texto en noviembre de 1988 (traducido por Maurizio Ferraris), abre cada número con la tentativa o el simulacro de una respuesta, en pocas líneas, a la pregunta che cos’è la poesia? Aunque se la plantea a un autor vivo, la respuesta a la pregunta che cos’era la poesia? volvía a un muerto, en este caso el Odradek de Kafka. En el m omento de escribirla el autor vivo ignora la respuesta del muerto: va al final de la revista y así lo disponen los editores.

Destinada a aparecer en italiano, esta «respuesta» aquí se expone al pasar, por momentos, literalemente, en las letras o las sílabas, la palabra y la cosa ISTRICE (pronúnciese ISTRRITCHÉ), lo cual, en correspondencia francesa, da el erizo.»