Mercedes Abad suele escribir relato y la editorial Páginas de Espuma está especializada en libros de relato. Pero cuando un conjunto de relatos comparte protagonista, temática, conflicto y una clara relación causa-efecto, ¿eso no es una novela? La única salvedad es que cada uno de los relatos podría leerse de manera independiente. Pero no voy a entrar en una disertación solo apta para mentes más sabias y eruditas, solo me siento obligada a deciros que no tengo nada claro que La niña gorda no pueda considerarse una novela. VER ACTUALIZACIÓN

Resumen resumido: Susana Mur tiene trece años y va con su madre camino del endocrino para poner solución a un grave —según su progenitora– problema de sobrepeso. Conoceremos a Susana a través de algunas vivencias anteriores a ese momento y la seguiremos después en situaciones puntuales de su adolescencia y vida adulta. El conflicto de Susana con el mundo y consigo misma la acompañará en todos esos momentos adoptando en cada caso la forma pertinente.

Pero «explicar la vida de Susana» no es el objetivo de esta obra ni vamos a presenciar el ya manoseado proceso de conversión de patito feo a cisne, lo que es muy de agradecer por otra parte. Y es que Mercedes Abad es una autora muy hábil y juguetona que utiliza en este caso el hecho de «explicar la vida de Susana» como excusa para abordar otras cuestiones, ¿qué cuestiones?, en mi opinión, los conflictos del paso de la niñez a la vida adulta, que no deja de ser un tema universal, pero visto bajo la óptica particular de una niña/mujer en continuo conflicto con su cuerpo. Hay que aclarar que esta historia no va de trastornos alimenticios si no de algo mucho más sutil, complejo y generalizado —y por ello, más difícil de detectar—, y ahí se encuentra, desde mi punto de vista, una de las grandes apuestas de La niña gorda. La otra gran apuesta es el estilo; una prosa trabajadísima, mimada al máximo, que esgrime un lenguaje vivaz de frases largas y elocuentes:
«Le fastidiaría mucho pensar que su madre la llevó al endocrino contagiada por alguna amiga, aunque llamar amistad a las relaciones cultivadas por su madre en el mercado, la tienda de ultramarinos, el Salón del Reino de los Testigos de Jehová o la puerta del colegio, cuando los iba a buscar a ella y a sus hermanos, suponga conferir un honor inmerecido a aquellos roces efímeros y triviales, ajenos al verdadero afecto tal y como lo entiende la hija»
La ironía impregna toda la narración a pesar de que el tono evoluciona de lo luminoso de la etapa infantil e ingenua a lo escéptico/amargo más propio de la vida adulta, y la voz cambia en función de la fase vital de Susana en la que nos encontremos:
Los primeros cuatro relatos se centran en la infancia y tienen ese tono que decía más ingenuo y luminoso. Susanita es inocente pero muy observadora y tiene plena conciencia de poseer un físico que no se adapta al canon estético. El personaje cae bien y genera empatía y uno quisiera que fuera siempre así pero, como ya sabemos, los niños crecen.
El quinto relato «Las hermanas Bruch» es bastante particular por su extensión —podría ser el germen de una novela independiente del resto— y porque funciona como punto de inflexión en la pérdida de esa inocencia infantil de Susana que nos ha seducido anteriormente.
Del sexto al octavo, entramos de lleno en la adolescencia de Susana y la adorable Susanita desaparece ya por completo. En su lugar, una adolescente que se enfrenta como puede a la antesala de la vida adulta con sus descubrimientos y desengaños, aventuras más o menos mundanas y, sobretodo, el lastre de una auto percepción marcada por su físico:
«Sí percibí, en éxtasis, (…) las manos recorriendo con cierta avidez mi cuerpo. ¡Mi cuerpo! Una parte de mí seguía sin creerse nada, aunque la mayor parte de mí estaba totalmente entregada y habría hecho una detrás de otra todas las cosas que Cors me hubiera pedido. Quizá por eso tienen las gordas —y las ex gordas— fama de chicas fáciles: el deseo ajeno nos pilla siempre tan desprevenidas que accedemos a todo»
Los dos últimos capítulos se centran en la vida adulta. El último, en concreto, aporta un momento climático que trata de dar un cierre al conjunto de relatos/capítulos/whatever.
A veces, uno es capaz de valorar el acierto de la temática de una obra, su buena factura, su estilo y, sin embargo, ser incapaz de disfrutarla a ese nivel, de entrar realmente al juego que propone. Creo que en mi caso, la Susanita de los primeros capítulos me gustó tanto que imaginaba para ella otra deriva (no sé cuál) y la evolución que finalmente sigue me decepcionó. También he dicho anteriormente que una de las grandes apuestas del libro es el conflicto con el cuerpo desde una óptica compleja y, o bien es tan compleja que se me escapa o la concatenación de acontecimientos que se relatan son más casuales de lo que deberían —¿o quizá le estoy pidiendo a un conjunto de relatos lo que se le pide a una novela?—. Y de ahí que califique esta obra con un discreto Está bien.

Lo que no me despierta dudas es el acierto del título; nada mejor que algo corto, directo y con enjundia, y La niña gorda pone en marcha los engranajes de hasta el más empanado. También me ha gustado mucho la portada, tan arriesgada, esos colores saturados y contrastados, y ese aire grotesco. Porque una niña que está gorda es algo feo, malo y grotesco. Sí, así están las cosas.

ACTUALIZACIÓN: (para aprender no hay nada como reconocer la propia ignorancia y afortunadamente contamos con la fiel guarda de algunos ex colaboradores de ULAD que velan por la integridad del blog y echan un cabo cuando es necesario). Así que enigma resuelto: La niña gorda, que como he dicho se encuentra a caballo entre la novela y el conjunto de relatos pertenece al todavía poco reconocido género del ciclo cuentístico. No obstante, el efecto de superposición y contribución a un todo que se le presupone y que sí me funcionaba en esta otra obra, sigo sin acabar de verlo en La niña gorda que, por otra parte, cuenta con otras virtudes que ya he expuesto.

La Niña Gorda - Abad, Mercedes

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Mercedes Abad suele escribir relato y la editorial Páginas de Espuma está especializada en libros de relato. Pero cuando un conjunto de relatos comparte protagonista, temática, conflicto y una clara relación causa-efecto, ¿eso no es una novela? La única salvedad es que cada uno de los relatos podría leerse de manera independiente. Pero no voy a entrar en una disertación solo apta para mentes más sabias y eruditas, solo me siento obligada a deciros que no tengo nada claro que La niña gorda no pueda considerarse una novela. VER ACTUALIZACIÓN

Resumen resumido: Susana Mur tiene trece años y va con su madre camino del endocrino para poner solución a un grave —según su progenitora– problema de sobrepeso. Conoceremos a Susana a través de algunas vivencias anteriores a ese momento y la seguiremos después en situaciones puntuales de su adolescencia y vida adulta. El conflicto de Susana con el mundo y consigo misma la acompañará en todos esos momentos adoptando en cada caso la forma pertinente.

Pero «explicar la vida de Susana» no es el objetivo de esta obra ni vamos a presenciar el ya manoseado proceso de conversión de patito feo a cisne, lo que es muy de agradecer por otra parte. Y es que Mercedes Abad es una autora muy hábil y juguetona que utiliza en este caso el hecho de «explicar la vida de Susana» como excusa para abordar otras cuestiones, ¿qué cuestiones?, en mi opinión, los conflictos del paso de la niñez a la vida adulta, que no deja de ser un tema universal, pero visto bajo la óptica particular de una niña/mujer en continuo conflicto con su cuerpo. Hay que aclarar que esta historia no va de trastornos alimenticios si no de algo mucho más sutil, complejo y generalizado —y por ello, más difícil de detectar—, y ahí se encuentra, desde mi punto de vista, una de las grandes apuestas de La niña gorda. La otra gran apuesta es el estilo; una prosa trabajadísima, mimada al máximo, que esgrime un lenguaje vivaz de frases largas y elocuentes:
«Le fastidiaría mucho pensar que su madre la llevó al endocrino contagiada por alguna amiga, aunque llamar amistad a las relaciones cultivadas por su madre en el mercado, la tienda de ultramarinos, el Salón del Reino de los Testigos de Jehová o la puerta del colegio, cuando los iba a buscar a ella y a sus hermanos, suponga conferir un honor inmerecido a aquellos roces efímeros y triviales, ajenos al verdadero afecto tal y como lo entiende la hija»
La ironía impregna toda la narración a pesar de que el tono evoluciona de lo luminoso de la etapa infantil e ingenua a lo escéptico/amargo más propio de la vida adulta, y la voz cambia en función de la fase vital de Susana en la que nos encontremos:
Los primeros cuatro relatos se centran en la infancia y tienen ese tono que decía más ingenuo y luminoso. Susanita es inocente pero muy observadora y tiene plena conciencia de poseer un físico que no se adapta al canon estético. El personaje cae bien y genera empatía y uno quisiera que fuera siempre así pero, como ya sabemos, los niños crecen.
El quinto relato «Las hermanas Bruch» es bastante particular por su extensión —podría ser el germen de una novela independiente del resto— y porque funciona como punto de inflexión en la pérdida de esa inocencia infantil de Susana que nos ha seducido anteriormente.
Del sexto al octavo, entramos de lleno en la adolescencia de Susana y la adorable Susanita desaparece ya por completo. En su lugar, una adolescente que se enfrenta como puede a la antesala de la vida adulta con sus descubrimientos y desengaños, aventuras más o menos mundanas y, sobretodo, el lastre de una auto percepción marcada por su físico:
«Sí percibí, en éxtasis, (…) las manos recorriendo con cierta avidez mi cuerpo. ¡Mi cuerpo! Una parte de mí seguía sin creerse nada, aunque la mayor parte de mí estaba totalmente entregada y habría hecho una detrás de otra todas las cosas que Cors me hubiera pedido. Quizá por eso tienen las gordas —y las ex gordas— fama de chicas fáciles: el deseo ajeno nos pilla siempre tan desprevenidas que accedemos a todo»
Los dos últimos capítulos se centran en la vida adulta. El último, en concreto, aporta un momento climático que trata de dar un cierre al conjunto de relatos/capítulos/whatever.
A veces, uno es capaz de valorar el acierto de la temática de una obra, su buena factura, su estilo y, sin embargo, ser incapaz de disfrutarla a ese nivel, de entrar realmente al juego que propone. Creo que en mi caso, la Susanita de los primeros capítulos me gustó tanto que imaginaba para ella otra deriva (no sé cuál) y la evolución que finalmente sigue me decepcionó. También he dicho anteriormente que una de las grandes apuestas del libro es el conflicto con el cuerpo desde una óptica compleja y, o bien es tan compleja que se me escapa o la concatenación de acontecimientos que se relatan son más casuales de lo que deberían —¿o quizá le estoy pidiendo a un conjunto de relatos lo que se le pide a una novela?—. Y de ahí que califique esta obra con un discreto Está bien.

Lo que no me despierta dudas es el acierto del título; nada mejor que algo corto, directo y con enjundia, y La niña gorda pone en marcha los engranajes de hasta el más empanado. También me ha gustado mucho la portada, tan arriesgada, esos colores saturados y contrastados, y ese aire grotesco. Porque una niña que está gorda es algo feo, malo y grotesco. Sí, así están las cosas.

ACTUALIZACIÓN: (para aprender no hay nada como reconocer la propia ignorancia y afortunadamente contamos con la fiel guarda de algunos ex colaboradores de ULAD que velan por la integridad del blog y echan un cabo cuando es necesario). Así que enigma resuelto: La niña gorda, que como he dicho se encuentra a caballo entre la novela y el conjunto de relatos pertenece al todavía poco reconocido género del ciclo cuentístico. No obstante, el efecto de superposición y contribución a un todo que se le presupone y que sí me funcionaba en esta otra obra, sigo sin acabar de verlo en La niña gorda que, por otra parte, cuenta con otras virtudes que ya he expuesto.