Lanuza, Maldonado y yo lo conocimos a mediados de 1929. Como cada viernes después de clase, estábamos los tres en el Albéniz, cuando entró descubriéndose, un libro en la mano, el traje oscuro. Había dejado la bicicleta contra el árbol. Se sentó junto a la ventana y tras mirar a los lados empezó a leer moviendo los labios. Maldonado lo miraba de reojo, como para recordar si era o no del barrio. Salvo nosotros, nadie iba con libros al Albéniz. Por la confianza con que le hablaba el dueño, parecía tratarse de un vecino más. Conseguimos del flaquito Ramírez, el mozo, alguna vaga información. Nos enteramos que se llamaba Requena.
Camino del mostrador, Lanuza se acercó a averiguar qué leía. El hombre dijo que era un libro en sánscrito, que prefería que no lo anduviéramos mirando y que si teníamos algo que preguntarle se lo hiciéramos saber. Entonces nos acercamos con Maldonado.
–Dirán ustedes.
–¿Podría decirnos el título?
–El Martín Fierro.
–¿Y lo lee en sánscrito?
–En sánscrito.
–¿Es usted hindú, por lo pronto?
–Ya no.
–¿Pero está seguro que está leyendo el Martín Fierro?
–Vagamente.
Fue entonces que supimos que aquel hombre no era alguien corriente. Creo que a partir de ese momento ya no quisimos perderlo.

Requena - Alejandro García Schnetzer

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Lanuza, Maldonado y yo lo conocimos a mediados de 1929. Como cada viernes después de clase, estábamos los tres en el Albéniz, cuando entró descubriéndose, un libro en la mano, el traje oscuro. Había dejado la bicicleta contra el árbol. Se sentó junto a la ventana y tras mirar a los lados empezó a leer moviendo los labios. Maldonado lo miraba de reojo, como para recordar si era o no del barrio. Salvo nosotros, nadie iba con libros al Albéniz. Por la confianza con que le hablaba el dueño, parecía tratarse de un vecino más. Conseguimos del flaquito Ramírez, el mozo, alguna vaga información. Nos enteramos que se llamaba Requena.
Camino del mostrador, Lanuza se acercó a averiguar qué leía. El hombre dijo que era un libro en sánscrito, que prefería que no lo anduviéramos mirando y que si teníamos algo que preguntarle se lo hiciéramos saber. Entonces nos acercamos con Maldonado.
–Dirán ustedes.
–¿Podría decirnos el título?
–El Martín Fierro.
–¿Y lo lee en sánscrito?
–En sánscrito.
–¿Es usted hindú, por lo pronto?
–Ya no.
–¿Pero está seguro que está leyendo el Martín Fierro?
–Vagamente.
Fue entonces que supimos que aquel hombre no era alguien corriente. Creo que a partir de ese momento ya no quisimos perderlo.